lunes, marzo 09, 2009


martes, marzo 03, 2009




Los dioses de la luz
(leyenda mapuche)




Antes de que los mapuche descubrieran cómo hacer el fuego, vivían en las “casas de piedra”, en las grutas de la montaña. En una de las grutas vivían Caleu, Mallén y Licán, padre, madre e hija. Una noche, Caleu divisó en el cielo un signo nuevo, una enorme estrella con cabellera dorada en el poniente. Se parecía a la luz de los volcanes… ¿Habría desgracias, incendiaría los bosques? Los mapuche vigilaban por turno junto a sus “casas de piedra”.

Preparándose para el invierno, las mujeres subieron a la montaña por los frutos de los bosques. Mallén y Licán buscaban piñones dorados, avellanas rojas, raíces y pepinos del copihue. Si no volvían antes de la noche, se refugiarían en una gruta del bosque. Las mujeres, cargadas con canastos de enredaderas, conversadoras y risueñas, parecían una convención de choroyes.

El tiempo pasó y cuando se dieron cuenta que el sol estaba por ocultarse, las mujeres, asustadas, gritaban que había que descender. Mallén les advirtió que no tendrían tiempo y se perderían en la noche. Entonces, se dirigieron a la gruta por un sendero rocoso; al llegar vieron en el cielo del Poniente a la gran estrella de cola dorada. La abuela Collalla exclamó que aquella estrella traía un mensaje de los antepasados, con lo que los temerosos niños se aferraron a las faldas de sus madres. Recién entrando a la gruta, un profundo ruido subterráneo las hizo abrazarse invocando a los espíritus protectores: el sol y la luna. Cuando pasó el terremoto, la montaña continuaba sus estremecimientos.

Todos estaban bien y al mirar hacia la boca de la gruta vieron cómo afuera caía una lluvia de piedras que al chocar lanzaban chispas. Collalla gritaba que esas eran piedras de luz, regalos de los antepasados. Las piedras rodaron cerro abajo encendiendo un enorme coihue seco que se erguía al fondo de una quebrada. Las mujeres se tranquilizaron al ver la luz, era el fuego que la estrella mandaba para que los mapuche ya no tuvieran miedo de los espíritus de la noche. Llegaron los hombres buscando a sus mujeres y niños. Caleu, y luego los otros, tomaron una rama ardiente, bajaron la montaña hasta sus casas. Los demás, al oír el relato, tomaron las piedras de la luz y frotándolas junto a las hojas secas producían el fuego.

Desde entonces, los mapuche ya no tuvieron miedo, tenían como alumbrarse, calentarse y cocinar los alimentos.