Catherine y su hijo, Lisa, Pequeña Madre y niños, en el zoo de París.
Foto: Gustave Le Bon, septiembre 1881
Colección Société de Geographie de París
Once yámanas en el zoo de París
Ramsés Carvajal
Cuatro hombres, cuatro mujeres y tres niños pequeños yámanas (es decir, cuatro familias) fueron llevados en 1881 desde el Canal Beagle a París. La idea era estudiarlos y exhibirlos en los jardines zoológicos de las principales ciudades europeas como especímenes de una etnia en peligro de extinción. La imagen de este número es feroz: las fotografías de estos yámanas desterrados en su lugar de exhibición: el Jardín de Aclimatación del zoo parisino. Se trata de un documento gráfico de indudable valor. Las fotos que desgarradoramente acompañan este artículo forman parte de
En 1881 hubo una presentación de salvajes que provocó gran algarabía científica: la de los fueguinos del rincón más inhóspito del mundo, el Cabo de Hornos, específicamente de la isla L ‘Hermite, vecina de Navarino. Con ello, se repetía lo que ya el capitán inglés Robert Fitz Roy había hecho en 1830. Sólo que esa vez el destierro de a quienes se llamó “Jemmy Button”, “Fuegia Basket” (niña de 9 años), “Boat Memory” y “Cork Minster” –yámanas (o yaganes) también- se canjeó, según relata el capitán, por “un botón”, lo que está trágicamente impreso en un nombre. Aquella vez Fitz Roy, comisionado oficial de Su Majestad Británica y devoto cristiano, pretendía otra cosa: ver si era posible cristianizarlos y civilizarlos “a la inglesa”. “Boat Memory” murió de viruela apenas llegado a Inglaterra. Después de un par de años, y viendo que en tan corto tiempo había cumplido ese imposible objetivo, pues ya parecían unos perfectos caballeros, decidió retornarlos. Lo acompañó Darwin. Pero una vez llegados a sus tierras, traídos por el propio capitán, se sacaron sus vestimentas y se desnudaron al modo de sus parientes, ignoraron el inglés y volvieron a hablar su lengua.
El jardín de aclimatación del zoológico de París se había creado en 1859, destinado al estudio y conocimiento de animales y plantas exóticas. Pero en 1877 amplió su ámbito a ser también un lugar para la exhibición de salvajes. Allí fueron recluidos los nuestros. Ellos llegaron a principios de septiembre de 1881 al puerto de Le Havre e inmediatamente se les trasladó a dicho establecimiento, donde pasaron un corto período de cuarentena. De acuerdo a lo que escribe Philippe Revol –conservador de
El viaje del destierro enfermó a los salvajes. Manouvrier (otro antropólogo) escribió: “Ellos tenían en los brazos sendas pústulas que no los dejaban de inquietar (…) Toda esta desgracia los tenía tristes, ellos sufrían por sus pústulas y del crecimiento de sus ganglios de las axilas. No era fácil hacerlos reír, y Antonio El Feroz nos manifestó también una mañana su mal humor (…) Los fueguinos estaban totalmente desmoralizados. Los primeros días, que ellos no podían debutar, estaban apoyados contra un muro, sin que por un instante sus piernas dejaran de temblar”.
El Capitán, Mujer del Capitán (Piskouna) y su hijo
en el Jardín de Aclimatación de París.
Foto: Pierre Petit, septiembre 1881
Fototeca del Musée de l'Homme
Los más destacados hombres de ciencia ocuparon sus horas estudiándolos. El Boletín de
En los momentos que llegaban a Europa los fueguinos, se preparaba para zarpar una gran expedición científica francesa al Cabo de Hornos, en el marco de la celebración del Año Polar Internacional. El viaje expedicionario y la presencia de estos desterrados dio motivo a varios debates, desde el ámbito científico, en donde se plantearon distintas posturas, incorporando el elemento moral como uno de tantos. Sobre todo porque, en muy cortos meses, ya habían caído muertos en Zurich otros cinco fueguinos (El Capitán, Henri, Catherine, Piskouna y Lisa). La misión científica hizo su viaje y construyó laboratorios en la isla Navarino, a orillas del Canal Beagle.
Algunas fotografías que también aparecen en este artículo corresponden a ellos: son los retratos de los parientes de los desterrados puestos en la cubierta del barco. Ignoramos si esta misión volvió con salvajes incluidos en su botín científico, que consideraba flora y fauna del lugar. Lo que sí sabemos gracias a Revol, es que años más tarde el doctor Haydes –que había formado parte de la expedición- volvió a la zona y encontró, profundamente deprimidos, a dos de los yámanas que habían sido desterrados. Su depresión derivaba de que los habían retornado a